Matrescencia. ¿Habías escuchado esta palabra alguna vez? Probablemente no. La matrescencia es el período de transición que vivimos las mujeres de no tener hijos a convertirnos en madres. Es un concepto que acuñó hace años la antropóloga Dana Raphael y al que no se le ha dado la importancia que merece, ya que tener un hijo supone toda una revolución en la vida de una mujer.
Convertirnos en madres nos cambia para siempre. Nunca olvidaré el día que me hice el test de embarazo por primera vez y salió positivo. Me vinieron muchísimas sensaciones a la vez, con tal intensidad que no puedo expresarlas bien por escrito: alegría, ilusión, miedo… Todo al mismo tiempo. Y también muchas dudas. ¿Seré buena madre? ¿Sabré hacerlo bien? ¿Cómo será mi bebé? Seguro que lo entiendes a la perfección si tú también lo has vivido.
Cuando asimilé que sí, que iba a ser madre, me convertí en. Leí acerca de los cuidados durante el embarazo, me conciencié de no beber alcohol, de lavar con esmero las frutas y verduras, de no comer alimentos poco recomendables… Asistí a todos los controles prenatales y a las charlas de preparación al parto. Leí varios libros acerca de la maternidad y los cuidados a los niños. Me hice con todos los artilugios que en ese momento pensaba que eran imprescindibles para criar a un bebé: mini-cuna, cuna, carro de paseo, silleta para el coche, calienta-biberones, cojín de lactancia, humidificador… Empecé a imaginar cómo sería mi niño, y me visualizaba paseándolo, bañándolo, disfrutando de él. Me dejé mimar por mi pareja y realmente disfruté mucho de esta etapa.
Tuve un embarazo y un parto muy buenos. En el hospital estaba como en una nube. Mi niño era precioso, estaba sano, se me enganchó al pecho sin problema. Pero al volver a casa, empecé a sentirme rara. Pensé que serían las hormonas, el cansancio, las visitas…
Durante las primeras semanas aprendí que cuidar de un recién nacido no era como me habían contado. Mi niño me necesitaba las veinticuatro horas del día, a mí, a su madre. Lo que no necesitaba era prácticamente nada de lo que tenía para él: ni carro, ni mini-cuna, ni cuna… Y me sentí muy sola. Porque nadie me había explicado esto antes. Mi pareja tuvo que volver a su puesto de trabajo dos días después del nacimiento de nuestro hijo. Y se suponía que yo debía atender las necesidades de mi bebé, recuperarme tras el parto, atender la casa, las visitas, hacer la compra… Pero si no tenía tiempo ni para darme una ducha…
Pasaron las semanas y cada vez me encontraba mejor, pero seguía sin estar bien del todo. No me reconocía a mí
misma, ya no era la de antes pero tampoco sabía muy bien quién era en esos momentos. Empecé a investigar, y vi que lo que estaba viviendo era la matrescencia. Al nacer un hijo nace también una madre. Durante este periodo las mujeres debemos reajustar nuestra identidad, debemos adaptarnos a un gran número de cambios biológicos, psicológicos, sociales y culturales, lo que hace que se trate de un proceso muy complejo que puede ser vivido de diferentes maneras en función de las circunstancias de cada una.
Hay cuatro desafíos a los que debemos hacer frente durante la matrescencia. En primer lugar, la pareja (en caso de que haya una pareja) pasa a ser una familia. A partir del nacimiento del bebé aumentan las responsabilidades, las tareas… Hay que adaptarse a la nueva situación, repartir las tareas, administrar el tiempo, ajustar los roles de cada uno… Esto puede hacer que aparezcan desacuerdos y tensiones. Además, al principio es normal estar cansados y tener poco tiempo para la intimidad, lo que puede generar cierto malestar.
En segundo lugar, las expectativas que teníamos respecto a la maternidad y nuestro bebé raramente coinciden con la realidad. Nuestra sociedad omite cuáles son las necesidades reales de un recién nacido y lo que conllevan. Un bebé necesita contacto continuado y lactancia a demanda. Pero las imágenes que nos llegan a través de los medios de comunicación son las de bebés tomando biberón, durmiendo en sus cunas, felices, sin apenas necesidad de contacto. Y madres encantadoras, sin rastro del embarazo, bien peinadas y arregladas, atendiendo a su bebé, con la casa de catálogo de revista, haciendo vida social como antes de tener hijos… Cuando la maternidad implica atención constante al bebé, noches sin dormir, etc.
En tercer lugar, la ambivalencia entre el deseo de cuidar y el deseo de ser cuidadas. Durante el embarazo se le presta muchísima atención a la mujer, pero esta atención desaparece tras el nacimiento del bebé. Se da por hecho que la madre no tiene necesidades, y se asume que debe atender al niño, recuperarse tras el parto, atender la casa, etc. Todo esto sin apenas apoyo. Y muchas veces aparecen sentimientos encontrados, ya que no queremos separarnos de nuestro bebé, pero al mismo tiempo sentimos que necesitamos tiempo y espacio emocional para nosotras mismas.
En cuarto lugar, es habitual que aparezcan sentimientos de culpa y vergüenza por pensar que no se llega a este modelo ideal de madre perfecta que vemos en los medios, y al que se supone que todas deberíamos aspirar: estar siempre felices, atender perfectamente al bebé sin tener necesidades propias, trabajar fuera y dentro de casa… Esto genera malestar y acrecienta el sentimiento de soledad, porque son sensaciones que no suelen compartirse por no estar bien vistas socialmente.
La matrescencia es una etapa de transición por la que pasamos todas las mujeres al convertirnos en madres. Una crisis vital que finalmente resulta ser una oportunidad de crecimiento personal, aunque a veces cueste creerlo. ¿Cuál es la mejor manera de transitarla? En primer lugar, debes saber que es totalmente normal tener estos sentimientos ambivalentes. En segundo lugar, presta atención a lo que te dicen tus emociones; tú sabes mejor qué nadie lo que necesitas, no te autoimpongas expectativas ajenas. Trata de tomar conciencia de ti misma, observa en qué momentos sueles sentirte más triste, enfadada, frustrada, para ver qué factores puedes modificar para sentirte mejor. Y en tercer lugar, habla de lo que sientes con personas que te puedan brindar apoyo. El papel que desempeñan los grupos de apoyo a la lactancia, círculos de madres, etc. es fundamental en estos casos; hablar con otras mujeres que están pasando por lo mismo que tú resulta reconfortante y el hecho de apoyaros mutuamente aumenta la sensación de capacidad.
Ana Quesada.
El próximo 21 de marzo a las 17 horas, en el Centro Sociocultural el Raval, os esperamos para escuchar a Ana Quesada en la charla de «Matrescencia».